Un nuevo Sábado Santo que nos envuelve de silencio. No es un día cualquiera, ni un simple tránsito entre el dolor del Viernes Santo y la Gloria del Domingo. Es el día de la espera y la fe. No hay procesiones, ni música, ni flores. Pero sí oración, recogimiento y contemplación. Incluso en la aparente quietud, Dios está obrando.
Sentimos el peso de la muerte, pero si algo sabemos los hermanos de arriba es que la historia no termina en la cruz y la piedra no es cierre, sino umbral. La noche cae y en el atrio del Convento la Resurrección se hace carne y escena. ¡Cristo vive!
La representación no es solo teatro, es emoción, es proclamación, es Evangelio y habla a los corazones. Un trabajo magnífico llevado a cabo por actores, dobladores, técnicos, vestidoras, maquilladoras y tantos hermanos y hermanas de arriba que cada Semana Santa ponen su granito de arena para hacer posible que esta Pasión tenga rostro, voz y alma.
El numeroso público que llenaba la Calle Convento agradeció, vibró y se emocionó, y la Resurrección fue celebrada con esa mezcla de respeto y alegría que caracteriza a nuestra Cofradía.
Al amanecer el Domingo de Resurrección, nos encontramos reunidos en la Eucaristía. Allí, en la Parroquia, celebramos el triunfo definitivo desde nuestros corazones: Cristo ha resucitado. La muerte es vencida y la alegría es plena.
Así, comienza la Pascua. El tiempo nuevo, el tiempo de los que creen aún cuando todo parece perdido. Y el 3 de mayo volveremos a proclamarla.