Desde primera hora, el ambiente ya es otro. Se nota en los rostros, en los gestos, en el ritmo más pausado con el que se mueven quienes suben a la ermita. Es Viernes Santo. Todo cambia. Todo se detiene.
En la ermita, se trabaja en silencio. Hay cosas que preparar, sí, per también hay mucho que sentir. Nadie lo dice, pero todos los saben. Cada uno desde su interior, pero todos con el mismo pensamiento: hoy, el Señor ha muerto.
A las 12:00 horas, acudimos a los Santos Oficios. La liturgia de este día no se parece a ninguna otra. Leemos la Pasión, recibimos el pan consagrado del día anterior y adoramos la Cruz.
Cae la tarde y todo está listo para representar, un año más, la Crucifixión en la plaza del Convento. La historia que sabemos de memoria, pero que cada vez nos remueve como si fuera la primera vez. Judas se arrepiente, el Señor cae una y otra vez bajo el peso de nuestros pecados, las mujeres lloran su sufrimiento y María lo contempla antes de verlo morir. Nuestros jóvenes no actúan, lo sienten.
La Crucifixión no es solo una representación, es un momento de verdad. Cuando el Señor expira, no hay palabras, solo el sonido del aire. Después, llega el descendimiento. Su cuerpo, sin vida, es entregado a su madre. Se hace el silencio.
A las 22:45 horas, con la noche, da comienzo la Procesión del Santo Entierro, procesión oficial de la Semana Santa de Alhaurín el Grande. Antes de salir, los hombres de trono rezan frente a los sagrados titulares en un momento íntimo, de hermandad. El Santo Sepulcro recorre las calles bajo la mirada respetuosa de quienes lo esperan. A su vez, el Santo Sepulcro llevaba consigo una Cruz de Jerusalén (donada por una hermana devota) bendedida por su Santidad el Papa Francisco en este año jubilar de la Esperanza. La Virgen camina detrás, sola, silente, desgarrada.
El cortejo procesional es impecable: nazarenos de verde y negro, los personajes de la Pasión, mujeres de mantilla, las marchas fúnebres interpretadas por la Pepa acompañando a María Santísima de la Soledad y el sonido de los tambores roncos al Santo Sepulcro. Y cuando el cortejo llega de nuevo a calle Convento, donde todo empieza y todo termina, el silencio se hace aún más profundo, más íntimo. Y así, entre la emoción contenida y el respeto, regresan a su casa, la ermita de la Vera+Cruz, nuestros sagrados titulares; hasta que las campanas anuncien que la muerte ha sido vencida.